Agradecimiento
Al día siguiente, desperté bañada en sudor y con escalofríos. Maldije internamente mi suerte.
Del otro lado de la ventana de nuestra habitación aún estaba oscuro pues la noche todavía no se había decidido a marchar.
Una corriente eléctrica recorrió mi espina dorsal hasta terminar con un castañeo de dientes. Sólo rogaba porque mis encías no volvieran a sangrar.
No quería aceptarlo, ni siquiera pensar al respecto. Simplemente quería olvidar aquella fiebre que me atacaba porque no quería aceptar que se trataba de una infección. Una de las piezas de dominó al final de la fila. Lo que quería decir que no pasaría mucho tiempo antes de que necesitara un médico de verdad.
Y yo había jurado que iría a un médico sólo si estuviera al borde del abismo.
Todo indicaba que me quedaban pocos metros antes de llegar a él.
Temblando y tratando de hacer el menor ruido posible, salí de la cama. Afuera, hacía mucho frío a pesar de ser aún verano y de tener encendido el aire acondicionado en una temperatura adecuada.
Caminé como pude sobre la alfombra hasta llegar al baño, mis piernas parecían hormiguear con cada movimiento, como si miles de agujas acariciaran mi piel. Todo para que Alyssa no me descubriera.
Una vez dentro del baño, cerré la puerta y sólo entonces encendí la luz.
De inmediato, vi mi reflejo en el espejo frente a mí.
No había color en mi rostro, si acaso existiera alguno sería blanco fantasma, incluso las venas verdes se dibujaban como telarañas alrededor de mis ojos, bordeando mis labios también blancos y descendiendo por mi cuello hasta perderse bajo mi pijama. Miré mis manos, los huesos empezaban a resaltar más que de costumbre y mi piel brillaba sólo por las gotas de sudor que jugaban con el espectro de luz haciendo que parecieran diamantes.
Definitivamente, quedaba poco.
Me tomé todo un minuto para inspeccionar mi aspecto y luego abrí el botiquín de emergencia que habíamos armado para estos casos y busqué los antibióticos. Esas benditas pastillas rosas se deslizaron por mi garganta seca. Cerré los ojos con fuerza, pidiendo al cielo que funcionaran pronto, al menos antes que Aly se diera cuenta.
Volví a la cama con una botella de agua mineral luego de haberme tomado otra de una sola vez. La ubiqué sobre la mesa de luz a mi lado y me arropé entre las sábanas. Aún tenía frío.
No recuerdo cuándo había dormido, sólo que desperté con el olor del almuerzo.
Presté atención a mi cuerpo antes de salir de la habitación. Aparentemente, los antibióticos habían hecho efecto y tan sólo quedaba una leve fiebre que evidenciaba que las bacterias seguían en mi organismo.
Me duché con agua fría, para que Aly no notara la temperatura de mi cuerpo. Y me apresuré al comedor.
―Buenos días ―saludó Aly, exprimiendo naranjas. Un filete de carne chillaba sobre la plancha caliente y las gotas del grifo se perdían entre las hojas de lechuga en la mesada.
―Buenos días ―murmuré―, ¿Por qué no me llamaste temprano? ―quise saber masticando un trozo de pan a sabiendas de que me había saltado el desayuno.
Alyssa guardó silencio.
―Te oí hablar dormida anoche, luego de que te hubieras levantado ―contó―. Supuse que tenías fiebre ya que nunca hablas dormida. Pensé que necesitabas descansar.
Esta vez fui yo la que calló.
―Sólo espero hayas tomado la dosis exacta, Jean, un miligramo de más podría hacerte daño ―continuó hablando, sin girarse a mirarme.
―No te preocupes, Aly, el doctor me separó las dosis en varios paquetes pequeños ―dije, mirando la nada entre mis dedos.
Aly volvía a sorprenderme. Me conocía más que nadie en el mundo.
Y más de lo que yo misma sabía.
Sufría a mi lado, incluso más y lo soportaba todo estoicamente. Sin quebrarse.
Casi.
―No entiendo porqué no me dices nada, Jean ―murmuró, apretando el borde la mesada entre sus manos ―. Estoy aquí para ayudarte, y en su lugar me ocultas cosas como esa.
―Sólo no quiero que te preocupes por mí, amiga ―dije, acercándome a ella.
Al encontrarme a su lado, vi cómo las lágrimas surcaban su rostro. Tenía los ojos ribeteados de rojo y se notaba la grosera cantidad de maquillaje que había usado para ocultar sus ojeras.
La estreché en mis brazos. Ella sollozó en mi hombro como si estuviera guardándoselo todo en su interior, como si la estuviera carcomiendo y, sin embargo, jamás mostró ninguna debilidad.
Hasta entonces.
―De todos modos, me preocupo por ti, Jeanette ―murmuró cuando hubo recuperado el aliento―, aunque no me lo pidieras, aunque finjas que no lo necesitas. Soy tu amiga y se supone que esto hacemos los amigos. No es fácil saber que perderás a tu mejor amiga y que no puedes hacer nada al respecto.
Los ojos se me llenaron de lágrimas y el nudo en mi garganta hizo su aparición dolorosamente.
―Pero siempre es así, Aly, para todos. Todos podemos perder amigos, familia en cualquier momento contra nuestra voluntad. A mí sólo me lo hicieron saber de antemano ―intenté explicar―. ¿Sabes? Nunca entendí por qué las personas se dedican a sus seres queridos por completo sólo cuando saben que ellos irán a morir cuando se supone que todos moriremos. ¿Por qué no entregarse antes? ¿Cuándo ellos están sanos y felices? ¿Necesita una persona tener una enfermedad terminal para que los demás demuestren que lo aman?
Alyssa se separó de mí, se secó las lágrimas y sus ojos quedaron pintados de un revoltijo de maquillaje negro y beige.
―Tienes razón, amiga.
―Pero no contigo, Aly ―le interrumpí―, tú has estado siempre. Estando yo sana, estando yo enferma. Y no tienes idea de cuánto te lo agradezco.
Nos abrazamos uniéndonos en un mismo sentimiento de gratitud.
Esa tarde me observé en el espejo más grande de la habitación. El descenso de mi peso se había vuelto grosero. La piel se pegaba a los huesos haciendo que me viera espeluznante. Mi clavícula resaltaba como un feo collar.
Si acaso quería encontrarle algún lado positivo a mi situación, resultaba una suerte pasar mis últimos meses de vida en otoño, cubierta de abrigo y de capas de ropas que ocultaran mi cuerpo. El resto de las personas no tenían por qué ver mi decadencia.
Suspiré sonoramente sintiendo mi fuerza decaer. Lo cierto era que le temía a la muerte.
Mis padres habían fallecido de repente, prácticamente no se dieron de cuenta de ello. Con poco o nulo dolor ellos ya habían dejado de pertenecer a este mundo.
Yo sin embargo lo sufría a diario. El dolor era tangible. Las energías se escapaban de mi cuerpo con cada respiración. Cada minuto estaba más cerca.
―¿Jean? ¡El taxi está aquí! ―dijo Alyssa del otro lado de la puerta, volviéndome a la tierra. A la realidad.
Compuse mi expresión y salí a enfrentar mi pasado.
Imagen de Bethany----Joy en Deviantart
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