Esta Cenicienta ya ha pasado por noches increíbles y por eternas tardes de tristeza. Esta Cenicienta ha amado al Príncipe azul y al vagabundo pensando que ese podía ser su cuento de hadas. Esta Cenicienta ha reído con chistes malos y ha llorado por razones que estaban más allá de ella.
Esta Cenicienta ha caído y ha llenado de lodo su mágico vestido. Pero esta Cenicienta se levantó y lanzó sus zapatos de cristal bien lejos para correr en libertad.
Para ser, finalmente, feliz. Por el tiempo que dure.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Countdown - Parte 07


Pistas

Habían pasado quince días enteros desde que había empezado mi travesía y los ánimos del principio ya no eran los mismos. Las ansias se fueron enfriando como el clima afuera. Quizás él simplemente ya no vivía allí, quizás, como yo, había decidido buscar posibilidades en otros lugares… podría haber conocido a alguien y se hubieran ido a vivir a una lejana ciudad. 
La última opción me hizo sentir desgraciada por todo un minuto, pero luego quise darme un golpe al sentirme de ese modo frente a una realidad verdadera aunque me resultara difícil de digerir. Debía recordar que yo nunca había significado nada para él, por lo tanto, mi desesperanza no tenía lugar allí. 
Me encontraba en el baño, intentando detener el sangrado de mis encías cuando Aly tocó a la puerta. Empujé más algodón a mi boca y lo incrusté entre mis labios y mis dientes antes de salir. El sabor metálico de la sangre invadió mi boca. 
― ¿Has estado sangrando de nuevo? ―preguntó mi amiga de sopetón ni bien abrí la hoja de madera. 
Tenía el ceño fruncido, una arruga dibujaba un surco entre sus cejas claras. Incluso podía leer lo que cruzaba por su mente, “deberías ir con un médico”, diría si ya no supiera mi respuesta. 
Rodé los ojos y me apresuré por acostarme en la cama. A su pregunta respondí sólo con un movimiento afirmativo de cabeza. 
Alyssa lanzó un suspiro cansado ante mi pasividad y ya podía escuchar lo que vendría. 
―Jean, deberías ir a un médico…― musitó finalmente sentándose a mi lado en la cama. Levanté el dedo índice para detenerla―. No seas caprichosa, Jean… 
Me quité los algodones de la boca y contesté: 
―No es nada, Aly, ¿lo ves? Ya no sangra ―mostré sonriendo. 
Una gorda gota roja aterrizó sobre el acolchado de la cama echando abajo mi afirmación. 
Aly volvió a suspirar. 
―Sé que no te convenceré de nada ―dijo con los ojos cerrados, como quien cuanta hasta diez para no explotar mientras yo volvía a colocar los algodones en su lugar―. Así que si esto hace que regresemos pronto a Londres a que te revise un médico, pues, aquí va ­―habló y me lanzó sobre el regazo un papel ocre doblado en varias partes. 
La miré interrogante antes de tomar el papel en mis manos y abrirlo. Dentro estaba manuscrita en letra de mi amiga una dirección en San Francisco y un número de teléfono. 
Los ojos me picaron. 
―No eres la única que se ha pasado haciendo investigaciones ―contó con tono serio. 
Le sostuve la mirada con una pregunta escrita en mis ojos que buscaba la respuesta en los suyos. Me sentía incapaz de preguntárselo verbalmente. Y no sólo por el algodón que llenaba mi boca. 
En el rostro de Aly había una afirmación. 
―Hemos estado buscándolo como arquitecto, cuando en realidad es un ingeniero ―me explicó―. Me topé con una publicidad suya en la revista local. 
Volví a mirar aquel inerte papel. 
Aquellos eran datos acerca de Damien. 
Allí estaba lo que me estaba atormentando desde mi llegada. Luego de mucha búsqueda al fin sabía dónde encontrarlo. Pero, así como quien se cree capaz de cruzar el mar a nado se arrepiente al tener la extensión de agua frente a sus ojos, casi preferí volver a Londres y fingir que nunca había tomado aquel avión de American Airlines con destino a San Francisco. 
Como una cobarde. 
No estoy segura de cuánto tiempo tardé en reaccionar. Miles de imágenes se mezclaron en mi cabeza, cómo se vería él, cómo me sentiría al verlo, cómo reaccionaría él al verme… 
Quería postergar lo más posible nuestro encuentro. No quería tener que hablar con él, no quería siquiera que él supiera que estaba de regreso, en el remoto caso de que aún me recordara. 
Quería observarlo de lejos, como la sombra que había sido toda la vida, sin llamar la atención como siempre. Pero, ¿cómo podía saber de él de ese modo? 

Como si deshojara margaritas, esa noche no pude dormir. Analicé pros y contras de enfrentar mi pasado y sabía que a mi lado estaba Aly esperando mi respuesta para acompañarme fuera cual fuera. 
Tal vez si la decisión de volver a Estados Unidos la hubiera tomado en otro contexto, sin enfermedad de por medio, pasarían meses antes de que tomara una determinación. Así era yo: analítica, no quería cometer errores y no tomaba decisiones a la ligera. 
Pero desde que la leucemia había aparecido en mi sistema, todo mi ser debió de adaptarse. Ya no tenía los meses para decidir, si acaso contaba con escasas semanas antes de que no pudiera levantarme de una cama. 
―Te ves muy mal esta mañana, Jean ―comentó Alyssa en el desayuno. Hice una mueca con los labios. 
―Felicitaciones por el descubrimiento, amiga, mereces un Premio Nobel. ¿Cómo lo notaste? ―musité sarcásticamente mientras miraba el humo saliendo de mi café cortado. 
―No necesitas hablarme así, sabes que no me refiero a eso ―me regañó―. Digo que no tienes aspecto de haber descansado. 
―Lo siento―murmuré escuchándome hablar un segundo antes―. No lo hice, no descansé ―contesté sencillamente. 
―Has estado pensando en Damien ¿verdad? 
Asentí con la cabeza y cavilé el asunto una vez más. 
―Creo que ya es hora de enfrentarme a mi pasado. Necesito verlo, saber de él ―dije pensando lejos, en la oficina de un ingeniero constructor de ilusiones a base de sonrisas. 
―Está bien ―acordó Alyssa―, tú sólo dime cuándo nos movemos y lo hacemos ―habló abriendo su laptop a fin de empezar con otro artículo. 
Alyssa había hablado con Artur, nuestro jefe de sección y ambos habían estado de acuerdo en que ella continuara trabajando a pesar de la distancia. Simplemente bastaba con que Aly le enviara vía e-mail los artículos terminados para que fueran publicados. 
En mi caso, había llanamente renunciado. No tenía sentido mantener un empleo cuando te quedaban menos de dos meses de vida ¿verdad? ―Lo haremos mañana ―afirmé y di un sorbo a mi café.



Imagen de Daughterofking en Flikr

1 comentario:

  1. Siempre hay cosas que hacen que una se decida por una u otra opción.. aunque esta duela demasiado :/

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