Esta Cenicienta ya ha pasado por noches increíbles y por eternas tardes de tristeza. Esta Cenicienta ha amado al Príncipe azul y al vagabundo pensando que ese podía ser su cuento de hadas. Esta Cenicienta ha reído con chistes malos y ha llorado por razones que estaban más allá de ella.
Esta Cenicienta ha caído y ha llenado de lodo su mágico vestido. Pero esta Cenicienta se levantó y lanzó sus zapatos de cristal bien lejos para correr en libertad.
Para ser, finalmente, feliz. Por el tiempo que dure.

lunes, 17 de octubre de 2011

Countdown - Parte 14



Confesiones


―Me sorprende que no hayas rehecho tu vida, Jean ―habló Damien la noche siguiente como quien hablaba del clima. 
Estábamos solos. Sólo él y yo en aquella habitación que me parecía cada vez más borrosa. Cada vez más distorsionada. Los analgésicos que me suministraban eran demasiado fuertes y la mayor parte del tiempo me hundía en una extraña bruma que me alejaba de la realidad del suelo. Dormía doce horas al día y casi nunca cuando Damien estaba conmigo.
Alyssa había ido a nuestro departamento para darse un baño y cenar decentemente. Había accedido a dejarme sólo porque Damien prometió cuidar de mí.                
―No encontré nadie que valiera lo suficiente la pena ―nadie que pudiera quitarte de mi mente, dije en mis adentros―. Además he estado ocupada con mi trabajo desde que llegué a Londres ―expliqué burdamente.
―Pero en tu oficina debió de haber escritores y periodistas varones ―arremetió con la mirada agachada hacia la pantalla de su laptop. Distraído.
―Obviamente, pero te lo he dicho, simplemente nadie cubría los requisitos.
Damien guardó silencio por un largo rato, mientras tanto yo empezaba a sentir ese mareo previo al sueño que últimamente conocía muy bien.
―¿Por qué abandonaste San Francisco en un principio? ¿Por qué lo dejaste todo sin aviso?―le escuché preguntar. Pero yo ya no estaba en condiciones de responder.
Morfeo me había tomado entre sus brazos apartándome del dolor por toda una noche. Librándome de una respuesta incómoda.

Desde el día siguiente, el día quince de internación, la leucemia se hacía sentir más que nunca. Ya no podía caminar de mi cama al baño, las piernas no soportaban mi peso y debí atarme a una silla de ruedas para lograr moverme de lugar. Ya no podía sostener una lapicera en mis manos y mi caligrafía resultaba ininteligible, por lo que Alyssa me dejaba su laptop para continuar escribiendo mientras Damien no estuviera por allí.
Una semana después, ni siquiera un teclado electrónico era útil. Aly decidió escribir por mí lo que fuera que le dictara.
Damien me visitaba todos los días después de salir de su estudio, me quedaba observándolo cuando creía que él no me veía y se mantenía entretenido con sus escritos y bocetos. Memorizando cada rasgo y cada gesto de aquel hombre que se había colado en mi interior más que cualquier otra persona.
Aquella noche, su teléfono celular resonó en la habitación con una alegre canción que, en momentos como aquellos, resultaba tan fuera de lugar. Él se apresuró a contestar luego de hacerle una mueca a la pantalla del teléfono.
―Sí, Jennifer ―dijo cerrando su computadora―. Ya te he dicho que una vez que salga de la oficina no estoy para nadie ―una pausa―. Lo sé, dile al señor Cambridge que estamos trabajando en ello, que no se apresure pues es un trabajo delicado.
Debía de ser su secretaria, quizás la misma mujer morena que había visto aquella vez en la cafetería. Quizás también su pareja.
―¿A qué viene tu insistencia a llamarme a horas que bien sabes son mías y no del trabajo? No, no digo que estés siendo fastidiosa, simplemente nunca has insistido por algo como esto. Estoy en algo importante ¿sabes? Nos veremos mañana, si no te molesta ―habló educado y cortó la llamada.
―Creo que alguien, a diferencia de mí, sí ha rehecho su vida ―musité desde mi lecho, girándome a duras penas hacia él. Las vías introvenosas estiraron la piel de la que se tomaban y el respirador en mi nariz se movió de su lugar original. Me lo acomodé como pude.
Él pareció despertar de un sueño al escucharme hablar y enfocó su mirada en mí. Me dedicó una media sonrisa.
―Se puede decir que sí. No me conformé con el título de arquitecto y fui por la ingeniería...
―No me refiero a eso ―lo interrumpí ―. Hablo de Jennifer.
―Ah, ella. No somos pareja ―dijo seguro agregando el movimiento de su mano―. No te voy a negar que la elegí como mi secretaria porque al principio existió una atracción entre ambos pero… ―calló y se mostró pensativo―, ella no es de esas personas con la que mantener una relación estable. La verdad, tampoco he encontrado a nadie que quiera algo serio conmigo y ya estoy cansado de sentimientos vacíos ―me explicó―. Siendo soltero he tenido más tiempo libre, y ya me conoces, no puedo estar sin hacer nada, por lo que me dediqué a perfeccionarme y, como ahora, a perseguir mi sueño. Nada más necesitaba alguien que me diera ese empujón de inicio.
Me resultaba fascinante escucharlo hablar. Su voz. Las formas de sus labios al modular las palabras. El cambio en la expresión de sus ojos cuando hablaba del tiempo o de su vida.
―Me alegra que hayas encontrado quien te ayude a lograrlo ―hablé con una sonrisa.
Damien me miró fijamente por mucho tiempo, traspasándome con su mirada y llevándome a una paz que hacía bastante no sentía.
―Sí, me alegra haberte encontrado ―dijo tan suavemente que creí no haberlo escuchado en realidad.
―¡Vamos! ¡Cómo si tú necesitaras de alguien como yo para hacer cualquier cosa! ―exclamé incrédula.
Él suspiró, se quitó los lentes, tomó su laptop de su regazo y la dejó a mis pies, sobre la cama.
Acercó su silla y, por consiguiente, su cuerpo al mío. Colocó su gran mano sobre mi mejilla afiebrada y atrapó mi mirada con la suya por toda una eternidad.
Sus ojos brillaban diferentes, creí que se debía a la luz fluorescente sobre mi cabeza. Pero casi al instante supe que ese brillo venía desde su interior, pues contenía sentimientos que no pensé que vendrían de él hacia mí.
No era lástima, ni siquiera era cansancio por tener que estar conmigo cada día.
―He estado escribiendo novelas desde hace años pero nadie había demostrado confianza en mí más que tú desde siempre, ¿cómo no te voy a necesitar? ―murmuró sin soltar mi mirada ―. Y luego te fuiste, desapareciste sin ninguna explicación detrás, ¿qué crees que sentí en ese momento? No contestabas mis llamadas y no tenía idea de dónde podía buscarte. Archivé todos mis escritos el mismo día que caí en cuenta de que no volvería a verte.
>>Entonces, reconocí a Aly en la cafetería. Siete años después. Y allí estabas tú. Te había vuelto a encontrar ―sus ojos tomaron un nuevo brillo, algo muy parecido a la felicidad de haber encontrado un tesoro invaluable.
Analicé sus palabras lentamente. Este había sido el más largo de sus discursos. El más sincero. Y también el último que escucharía de él.
―No importaba el hecho de que estuvieras visiblemente enferma. El brillo de tus ojos seguía intacto. La alegría de vivir aún se observaba en tus pupilas. Por eso te reconocí ―me contó.

1 comentario:

  1. Quieres matarme de una subida del azúcar.. ya veo ¬¬' cómo alguien puede ser tan dulce? con razón Jean se enamoró de Damien*-* es más lindo <3

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