Confesiones
―Me sorprende que no hayas rehecho tu vida, Jean ―habló Damien la
noche siguiente como quien hablaba del clima.
Estábamos solos.
Sólo él y yo en aquella habitación que me parecía cada vez más borrosa. Cada
vez más distorsionada. Los analgésicos que me suministraban eran demasiado
fuertes y la mayor parte del tiempo me hundía en una extraña bruma que me
alejaba de la realidad del suelo. Dormía doce horas al día y casi nunca cuando
Damien estaba conmigo.
Alyssa había ido
a nuestro departamento para darse un baño y cenar decentemente. Había accedido a dejarme
sólo porque Damien prometió cuidar de mí.
―No encontré
nadie que valiera lo suficiente la pena ―nadie
que pudiera quitarte de mi mente, dije en mis adentros―. Además he estado
ocupada con mi trabajo desde que llegué a Londres ―expliqué burdamente.
―Pero en tu
oficina debió de haber escritores y periodistas varones ―arremetió con la
mirada agachada hacia la pantalla de su laptop. Distraído.
―Obviamente, pero
te lo he dicho, simplemente nadie cubría los requisitos.
Damien guardó
silencio por un largo rato, mientras tanto yo empezaba a sentir ese mareo previo
al sueño que últimamente conocía muy bien.
―¿Por qué
abandonaste San Francisco en un principio? ¿Por qué lo dejaste todo sin aviso?―le
escuché preguntar. Pero yo ya no estaba en condiciones de responder.
Morfeo me había
tomado entre sus brazos apartándome del dolor por toda una noche. Librándome de
una respuesta incómoda.
Desde el día
siguiente, el día quince de internación, la leucemia se hacía sentir más que
nunca. Ya no podía caminar de mi cama al baño, las piernas no soportaban mi
peso y debí atarme a una silla de ruedas para lograr moverme de lugar. Ya no podía sostener una lapicera en
mis manos y mi caligrafía resultaba ininteligible, por lo que Alyssa me dejaba
su laptop para continuar escribiendo mientras Damien no estuviera por allí.
Una semana
después, ni siquiera un teclado electrónico era útil. Aly decidió escribir por
mí lo que fuera que le dictara.
Damien me
visitaba todos los días después de salir de su estudio, me quedaba observándolo
cuando creía que él no me veía y se mantenía entretenido con sus escritos y
bocetos. Memorizando cada rasgo y cada gesto de aquel hombre que se había
colado en mi interior más que cualquier otra persona.
Aquella noche, su teléfono
celular resonó en la habitación con una alegre canción que, en momentos como
aquellos, resultaba tan fuera de lugar. Él se apresuró a contestar luego de
hacerle una mueca a la pantalla del teléfono.
―Sí, Jennifer
―dijo cerrando su computadora―. Ya te he dicho que una vez que salga de la
oficina no estoy para nadie ―una pausa―. Lo sé, dile al señor Cambridge que
estamos trabajando en ello, que no se apresure pues es un trabajo delicado.
Debía de ser su
secretaria, quizás la misma mujer morena que había visto aquella vez en la
cafetería. Quizás también su pareja.
―¿A qué viene tu
insistencia a llamarme a horas que bien sabes son mías y no del trabajo? No, no
digo que estés siendo fastidiosa, simplemente nunca has insistido por algo como
esto. Estoy en algo importante ¿sabes? Nos veremos mañana, si no te molesta
―habló educado y cortó la llamada.
―Creo que
alguien, a diferencia de mí, sí
ha rehecho su vida ―musité desde mi lecho, girándome a duras penas hacia él.
Las vías introvenosas estiraron la piel de la que se tomaban y el respirador en
mi nariz se movió de su lugar original. Me lo acomodé como pude.
Él pareció
despertar de un sueño al escucharme hablar y enfocó su mirada en mí. Me dedicó
una media sonrisa.
―Se puede decir
que sí. No me conformé con el título de arquitecto y fui por la ingeniería...
―No me refiero a
eso ―lo interrumpí ―. Hablo de Jennifer.
―Ah, ella. No
somos pareja ―dijo seguro agregando el movimiento de su mano―. No te voy a
negar que la elegí como mi secretaria porque al principio existió una atracción
entre ambos pero… ―calló y se mostró pensativo―, ella no es de esas personas
con la que mantener una relación estable. La verdad, tampoco he encontrado a
nadie que quiera algo serio conmigo y ya estoy cansado de sentimientos vacíos
―me explicó―. Siendo soltero he tenido más tiempo libre, y ya me conoces, no
puedo estar sin hacer nada, por lo que me dediqué a perfeccionarme y, como
ahora, a perseguir mi sueño. Nada más necesitaba alguien que me diera ese
empujón de inicio.
Me resultaba
fascinante escucharlo hablar. Su voz. Las formas de sus labios al modular las
palabras. El cambio en la expresión de sus ojos cuando hablaba del tiempo o de
su vida.
―Me alegra que
hayas encontrado quien te ayude a lograrlo ―hablé con una sonrisa.
Damien me miró
fijamente por mucho tiempo, traspasándome con su mirada y llevándome a una paz
que hacía bastante no sentía.
―Sí, me alegra
haberte encontrado ―dijo tan suavemente que creí no haberlo escuchado en
realidad.
―¡Vamos! ¡Cómo si tú necesitaras de alguien como yo para hacer cualquier cosa! ―exclamé incrédula.
Él suspiró, se
quitó los lentes, tomó su laptop de su regazo y la dejó a mis pies, sobre la
cama.
Acercó su silla y, por consiguiente, su cuerpo al mío. Colocó su gran mano sobre mi mejilla afiebrada
y atrapó mi mirada con la suya por toda una eternidad.
Sus ojos
brillaban diferentes, creí que se debía a la luz fluorescente sobre mi cabeza.
Pero casi al instante supe que ese brillo venía desde su interior, pues
contenía sentimientos que no pensé que vendrían de él hacia mí.
No era lástima,
ni siquiera era cansancio por tener que estar conmigo cada día.
―He estado escribiendo novelas desde hace años pero nadie había demostrado
confianza en mí más que tú desde siempre, ¿cómo no te voy a necesitar? ―murmuró sin soltar mi mirada ―. Y
luego te fuiste, desapareciste sin ninguna explicación detrás, ¿qué crees que
sentí en ese momento? No contestabas mis llamadas y no tenía idea de dónde podía
buscarte. Archivé todos mis escritos el mismo día que caí en cuenta de que no
volvería a verte.
>>Entonces,
reconocí a Aly en la cafetería. Siete años después. Y allí estabas tú. Te había
vuelto a encontrar ―sus ojos tomaron un nuevo brillo, algo muy parecido a la
felicidad de haber encontrado un tesoro invaluable.
Analicé sus
palabras lentamente. Este había sido el más largo de sus discursos. El más
sincero. Y también el último que escucharía de él.
―No importaba el hecho de que
estuvieras visiblemente enferma. El brillo de tus ojos seguía intacto. La
alegría de vivir aún se observaba en tus pupilas. Por eso te reconocí ―me
contó.
Quieres matarme de una subida del azúcar.. ya veo ¬¬' cómo alguien puede ser tan dulce? con razón Jean se enamoró de Damien*-* es más lindo <3
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