Esta Cenicienta ya ha pasado por noches increíbles y por eternas tardes de tristeza. Esta Cenicienta ha amado al Príncipe azul y al vagabundo pensando que ese podía ser su cuento de hadas. Esta Cenicienta ha reído con chistes malos y ha llorado por razones que estaban más allá de ella.
Esta Cenicienta ha caído y ha llenado de lodo su mágico vestido. Pero esta Cenicienta se levantó y lanzó sus zapatos de cristal bien lejos para correr en libertad.
Para ser, finalmente, feliz. Por el tiempo que dure.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Countdown - Parte 09


Encuentro


No recordaba los otoños en San Francisco. No recordaba que fueran tan fríos. Pero tampoco recordé que esta Jeanette que había vuelto a su hogar no era la misma que lo había dejado. 
Esta Jeanette estaba enferma y cada minúsculo cambio de temperatura la afectaba como si estuviera en pleno invierno. 
Le di una vuelta más a mi bufanda multicolor mientras miraba el paisaje correr por la ventanilla del taxi. 
San Francisco seguía tan hermosa como la había dejado. Con su gente apresurándose por llegar a su destino. Con sus niños que salían de la escuela tomados de la mano de sus padres, con enormes sonrisas luego de otro emocionante día. 
En ese momento no entendí por qué había cambiado tanta vida por la pasiva actividad de Londres. Resultaba difícil de creer que esto no me gustara y quisiera un cambio. 
Un segundo después, supe por qué lo había hecho, recordé el nombre y el apellido de la razón. Recordé los ojos azules que portaba y el despeinado casual que ostentaba. Recordé que tenía el cabello claro y la espalda más acogedora que jamás haya visto. 
Y eso, eso me robó una sonrisa, y aceleró mi pulso y me dejó triste un momento después. 
El automóvil se detuvo. Bien sabía yo que estábamos a una cuadra de la dirección que Aly había conseguido. 
A cien cortos metros de Damien. 
Observé vagamente que Alyssa pagaba nuestro viaje al taxista, que bajaba del coche y que abría mi puerta. Mi mente ya no estaba allí, recordaba aquel primer encuentro nuestro, sus ojos joviales llenos de arrepentimiento por haberme botado los libros de las manos. Recordaba el funeral de mi padre, cómo él se quebró delante de mí, mostrándose vulnerable. Había sido casi mi ángel, alguien con el bálsamo específico para mis heridas. 
No quitó las cicatrices que habían marcado la muerte de mi padre, pero las había maquillado para que no se vieran horribles. Sin embargo, también se dedicó a crear sus propias heridas en mí. 
―¿Estás bien, Jean? ―me preguntó mientras yo salía del auto. Asentí con la cabeza―. Te ves más pálida que de costumbre. Mira, no hay problema, si no puedes volvemos al departamento. No tienes que hacerlo… 
Debo hacerlo, Aly ―aseveré intentando ser convincente. 
Mi amiga me sostuvo la mirada por todo un segundo, quizás buscando un ápice de inseguridad en mi mirada del cual aferrarse para hacerme volver a casa, con un médico, con mis medicinas. 
―De acuerdo ― dijo finalmente. 
Alyssa tomó mi brazo y lo cruzó con el suyo, bien sabía yo que era para darme estabilidad. Las piernas me temblaban y ella parecía haberlo notado. 
Caminamos lentamente por la acera de aquella cuadra que nos separaba de lo único que me había obsesionado durante los últimos meses. 
―¿Cuánto nos acercaremos? ―quiso saber Aly cuando divisamos el estudio del ingeniero Acker. 
El lugar tenía un estilo moderno, pintado de blanco y emplazado en una esquina bastante concurrida. La puerta de entrada era de cristal y podía observarse la tranquilidad de su interior decorado de tenue azul y macetas con plantas de largas hojas verdes. No se veía nada más por aquel rectángulo. 
―Nos quedaremos por aquí ―dije mirando alrededor. En la esquina frente al estudio había una cafetería y, aunque el frío fuera estaba haciéndome temblar, en ese momento tuve una idea―. Sentémonos y pidamos algo para tomar. 
Me apresuré por tomar asiento en la mesa más cercana a la puerta de entrada. Dentro el local estaba colmado de clientes y una ligera brisa cálida con aroma a café recién molido se escapaba de allí. 
―¿Aquí, fuera? No creo que sea buena… 
―Por favor, Aly, sólo esta vez, es el único lugar desde donde podemos observar sin que se note. Luego podrás decirme cualquier cosa, seguiré todas tus instrucciones―negocié―, pero por esta vez, por favor, acompáñame. 
Alyssa suspiró. Sabía lo que pensaba, se estaba diciendo a sí misma que sería mejor idea ir hasta su estudio y pedir hablar con él. Pero también sabía que eso no lo haría jamás. No en mi estado pre cadavérico. 
―Está bien ―aceptó. Se quitó el gorro de punto que tenía en la cabeza y me lo colocó, cubriendo mi pañuelo de seda turquesa. 
Pedimos un café y esperamos su aparición. 
Sinceramente, no pude tomar un solo sorbo de la bebida, estaba con la mirada clavada en aquella puerta de cristal. Cada pequeñísimo movimiento llamaba mi atención y aceleraba mi pulso. Sólo antes de comprobar que se trataba una y otra vez de una mujer morena vestida con un apretado conjunto gris de falda y chaqueta que se movía de un lado al otro del rectángulo cada cierta cantidad de minutos.
¿Sería ella la novia de Damien? ¿Si acaso su esposa? 
Mucho menos pude tomar el café. 
El atardecer se coló por entre los altos edificios del centro de San Francisco, la temperatura bajó un poco más y Alyssa se había tomado su tercer café. Ambas nos manteníamos en silencio, ¿qué se podía decir en momentos como esos? Mi mente se perdía en años pasados, en recuerdos en sepia y en sonrisas juveniles, las palabras parecían atrapadas en mi cabeza, en algún oscuro lugar al que hacía mucho tiempo no acudía con tanto fervor. 
―¿Jean? ― me llamó Aly, su vista en aquel bendito rectángulo. 
Las luces se apagaron en el estudio Acker, los latidos de mi corazón se aceleraron. Finalmente lo vería y aquel órgano mío, ya cansado de vivir, lo sabía con más certeza que yo. Sentía la mirada de Alyssa en mi rostro expectante porque alguien saliera de aquel lugar. La oscuridad reinó allí por eternos minutos, hasta que dos figuras se delinearon claramente. Una mujer y un hombre.



Imagen de Erin Nicole Photography en Flickr

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