Encuentro [cont.]
La mujer salió delante, por la puerta de cristal contoneando su cadera enfundada en su apretadísimo traje, sacudió su cabellera cuando puso sus tacones en la acera, acomodó un enorme bolso a juego en su hombro derecho y cruzó los brazos sobre el abultado pecho.
En mi interior rogué profundamente porque ella no fuera a quien Damien hubiera elegido como pareja. No parecía ser lo suficientemente buena para él. No era alguien que llamara su atención.
Claro, el Damien que yo había conocido podría ser muy distinto al actual. Quizás este Damien gustaba de este tipo de mujeres, quizás aquel joven de buen corazón del que me había enamorado ahora prefería un buen cuerpo y no una mente brillante o una conversación profunda.
Quizás a este Damien le gustaba el maquillaje saturado en el rostro de una mujer y no la naturalidad de una mirada sincera.
De seguro, este Damien prefería una joven vital y lozana y no una enferma de leucemia con los días contados.
El hombre detrás de la morena salió al exterior. Vestía pulcro traje oscuro, aunque el nudo de su corbata estaba desaliñado, una gabardina negra desabotonada lo protegía del fresco ambiente. Su alto garbo me parecía muy familiar, pero este hombre no tenía el pelo rubio alborotado sino uno de un oscuro color fijado con gel. Un par de hebras se le escapaban de tan dedicado peinado cayéndole sobre los ojos. Él se los quitó de en medio y guardó su mano izquierda en el bolsillo de su pantalón.
De la otra mano, colgaba un maletín de cuero negro completando el estilo de su profesión.
A esa distancia no podía decir si era o no Damien. Pero mi corazón continuaba ese ritmo que él le había enseñado, confundiendo mi vista.
Por primera vez deseé acercarme, mirar esos ojos y confirmar si era él. Esta persona lucía tan diferente que si fuera Damien el tiempo tendría que haber madurado aquel rostro aniñado que yo conocía, la vida debería de haber endurecido sus facciones y el destino debería de haber enfriado su cálida sonrisa.
Este hombre no brillaba al sonreír como lo hacía Damien y estuve a punto de creer que él no era mi ex amigo debido a la dureza de sus expresiones. Impasible. Como si el movimiento acelerado a su alrededor no lo afectara en lo más mínimo.
La morena mujer se alzó en las puntas de sus pies y acercó su rostro al del hombre.
Bajé la mirada hacia el café ya frío entre mis manos con el pecho destrozado.
Unos segundos después, volví a mirar al hombre elegante a veinte metros de mí que para entonces se disponía a cruzar la calle luego de despedir con un ligero movimiento de mano al taxi que se alejaba. El corazón casi se me escapa por la boca al observar que sus pasos lo acercaban a la cafetería donde estábamos sentadas. Seguro, con garbo, pero con un dejo de cansancio que hacía que sus pies se arrastraran levemente con cada paso.
Alyssa encontró mi mirada a mitad de camino con el pánico reflejado en sus ojos, lo que sólo podía significar que ella sí conocía a aquel hombre y, que a pesar de que yo no era capaz de decirlo en voz alta, ella tenía su nombre en la mente. El mismo nombre que yo tenía en la mía. Sabía que me preguntaba qué haríamos, mas no podíamos huir de allí.
Preferimos agachar las cabezas al verlo apearse en la acera, a dos metros de mi silla.
Se abrochó la gabardina al pasar a mi lado, podía ver a Aly disimular revolviendo la cuchara en su taza de café, y entró al local dejando un halo de varonil perfume tras sus pasos.
Me escuché respirar aliviada, pero aún no podía levantarme del asiento para huir despavorida, como si hubiera visto un fantasma.
Sabía que era una tonta por sentirme de ese modo e intentaba tranquilizarme repitiéndome que era imposible que él me reconociera con aquel aspecto lamentable.
A un mes de mi día final, prácticamente nada quedaba de la Jeanette que él había conocido en la Universidad.
―Quizás deberíamos irnos ―murmuró Alyssa acercando su rostro al mío a lo largo de la mesa.
―¿Es él? ¿Es Damien? ―pregunté sin saber si se lo hacía a Aly o a mí misma.
―Es él, Jean. Ya lo has visto, ahora por favor volvamos…
―¿Alyssa? ¿Eres tú?
La profunda voz quebró la minúscula paz que intentaba mantener. Mi corazón se salteó dos latidos completos al observarlo allí, a un paso de mí, de pie y con esa mirada que yo conocía. Sus ojos azules brillaron dudosos cuando se fijaron en mi amiga, sus perfectas cejas se fruncieron en el medio, en una expresión de confusión que le quitó varios años de encima.
Era Damien, en todo su esplendor. A él, a diferencia de a mí, la vida le había hecho bien, lo había moldeado hasta convertirlo en un maduro hombre de mandíbula marcada, nariz respingada y suaves labios. Sí, el pelo era más oscuro, pero el azul de sus ojos se había mantenido intacto.
Aly me miró por el rabillo del ojo, tan estupefacta como yo.
―Disculpe, ¿quién es usted? ―disimuló mi amiga para ganar tiempo.
Esperaba que ella supiera que no quería que me reconociera en ese momento, no así, no a punto de morir.
―Soy yo, Damien Acker, ¿me recuerdas? Íbamos a la Universidad Nacional de San Francisco juntos ―explicó él moviendo su mano libre en el aire―. Tú, yo y… ―dijo y su voz se desvaneció hasta que volvió su mirada hacia mí.
La luz se apagó en aquel instante y aquellos ojos que me miraron curiosos por un instante se perdieron en una bruma oscura que me sumió en mi pronta condena.
La luz se apagó en aquel instante y aquellos ojos que me miraron curiosos por un instante se perdieron en una bruma oscura que me sumió en mi pronta condena.
Imagen de Erin Nicole Photography en Flickr.
Gracias a los que leen y pasan siempre por acá :)
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