La felicidad ilumina mi rostro mientras el príncipe y yo bailamos el vals bajo la luz de luna. Mis zapatos de cristal tintinean al tocar el piso de mármol.
Nada empaña ese momento mágico en el que me olvido de mí misma y él y yo somos sólo nosotros, siendo nosotros mismos. Sin diferencias, sin reproches, sin lágrimas.
Entonces,el reloj toca la primera de las doce campanadas. El tiempo se acaba y la realidad espera del otro lado de la gran puerta del palacio.
Cenicienta debe volver a su vida. A su realidad. Y en verdad lo que menos duele es haber dejado abandonado uno de los zapatitos.
Más duele haber dejado abandonado el corazón, allí, donde el piso es de mármol y el vals suena incluso sin orquesta. Allí, junto a él.
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