Esta Cenicienta ya ha pasado por noches increíbles y por eternas tardes de tristeza. Esta Cenicienta ha amado al Príncipe azul y al vagabundo pensando que ese podía ser su cuento de hadas. Esta Cenicienta ha reído con chistes malos y ha llorado por razones que estaban más allá de ella.
Esta Cenicienta ha caído y ha llenado de lodo su mágico vestido. Pero esta Cenicienta se levantó y lanzó sus zapatos de cristal bien lejos para correr en libertad.
Para ser, finalmente, feliz. Por el tiempo que dure.

martes, 1 de febrero de 2011

Relato: Asignatura pendiente


Tengo ganas de no tener ganas de comprarme un boleto
de regreso al ayer,
y entre tanto que tengo no encuentro razón
suficiente pa' olvidarme de ti.
Fragmento de "Asignatura pendiente" interpretada por Ricky Martin, escrita por Ricardo Arjona

El despertador resonó estruendosamente en la enorme habitación principal de la mansión Brunner, haciendo que la persona envuelta desprolijamente entre las sábanas de seda color escarlata se estirara y, prontamente, se apresurara a liberarse de aquel atronador sonido que le partía la cabeza en dos tan temprano.
El hijo mayor de la familia Brunner abrió sus ojos azules con desgana, sintiendo que una fuerza tiraba de sus párpados hacia abajo, tratando de convencerlos de que se mantuvieran cerrados. El joven se desperezó y enseguida se irguió sosteniéndose a uno de los pilares de madera lustrada que adornaban su cama, de donde colgaban soberbiamente las pesadas telas a juego con sus sábanas formando un dosel con borlas doradas bordeando sus ribetes.
Douglas Brunner llegó a trompicones hasta su lujoso baño fregándose los ojos adormilados y tropezando con el saco que había usado el día anterior y que, de tan cansado que estaba, no se molestó en colgar en su lugar. Más tarde lo haría alguno de sus empleados.
Sentía un dolor de cabeza increíble. Estaba tan extenuado como si no hubiera dormido nada y se hubiera encontrado haciendo ejercicio en su lugar. Eso debía de ser el estrés.
Malditas pesadillas’, masculló él entre dientes rascándose la nuca.
En realidad, era una sola pesadilla la que siempre lo atormentaba. Pero él jamás lo aceptaría. Ojos que no ven, corazón que no siente. Y más valía negarlo, que sufrirlo.
Recorrió el largo trecho de suelo cubierto de blanco e inmaculado mármol que lo separaba de la puerta, hasta su destino: la ducha y dejando en su camino una hilera de ropa de una tela muy parecida a la usada en sus sábanas, pero azules.
Se metió bajo el chorro caliente de agua e intentó por todos los medios despejar su cabeza y centrarla en los asuntos que le concernían.
Hacía un mes estaba a cargo de la empresa familiar, la prestigiosa ‘Brunner y asociados’ que se dedicaba a manejar una firma de abogados y contadores a la que pertenecían la mayoría de los miembros de la familia. En la última década, habían conseguido un poderío importante en el mercado y habían llegado a manejar acciones de decenas de empresas en la bolsa de valores… y Douglas había pasado más tiempo dentro de su oficina cuidando los intereses de los Brunner que dentro de la mansión ahora casi desierta, a excepción de los empleados que revoloteaban eficientemente de un lado a otro.
Sus padres se habían tomado vacaciones ―unas que el mismo Douglas estaba deseando fervientemente―, una especie de segunda luna de miel a alguna isla cuyo nombre no recordaba y menos a esas horas de la mañana. Y su hermano menor, Dylan, se encontraba estudiando en Inglaterra.
Por ende, todas las responsabilidades recaían sobre los hombros del orgullo de la familia, del primogénito, del máster en Economía y generador de distinciones, del futuro dueño de ‘Brunner y asociados’: Douglas David. ‘Doug’ para los amigos, o para lo que sea que fueran aquellas personas que le sonreían a la cara y criticaban su idoneidad a sus espaldas.
Se envolvió en uno de los tantos trajes de etiqueta hechos a medida, sin ver en realidad si aquello le sentaba bien. Desde hacía un mes que hacía todo mecánicamente, como un robot programado para vestirse e ir a la empresa. Sólo echó un vistazo al gran espejo en el fondo de su vestidor para anudarse la corbata y peinar su cabello rubio con un poco de gel y luego bajar a desayunar.
Las cocineras conocían su gusto por los desayunos frescos, así que el café acompañado por el jugo recién exprimido de naranjas y los trozos de frutas exóticas ubicados a modo de abanico multicolor no debían faltar sobre su plato de fina porcelana.
Se sentó en un extremo de la larga, innecesaria y jamás llena mesa del comedor que brillaba lustrosa a un lado de los grandes e impolutos ventanales que dejaban ver, aparte del enorme jardín, un cielo completamente azul, en pleno abril.
Margaret, la mujer encargada especialmente del cuidado de Douglas, le llevó su alimento y Doug comió mientras leía la sección ‘Negocios’ del New York Times, comparando los resultados de sus últimos informes con los que salían publicados en la columna de acciones.
Cuando miró su reloj plateado supo que era hora de partir, aunque aún no hubiera terminado su fruta y aunque aún faltaran cuarenta y cinco minutos para las siete. Doug idolatraba la puntualidad… comportamiento heredado de su padre.
En el garaje lanzó un suspiro al aire, observando la hilera de coches a su disposición, todos cuyos precios rondaban las seis cifras. Podía decir –para su amargura— que tenía más autos que amigos y más amigos que canas a sus veinticinco años.
Se había vuelto aficionado a la colección de coches desde que descubrió que podía reemplazar los de juguetes por los de verdad.
Doug deseó poder hacer amigos con tanta facilidad. Pero estaba claro que ninguno de sus socios podían ser del todo confiables, su padre le había enseñado a no confiar en nadie en el mundo de los negocios.
Doug gruñó, de nuevo la pesadilla se asomaba desde alguna parte de su mente.
Se decidió finalmente por el Mercedes Benz color negro, de vidrios tintados, parrilla prominente de precioso plateado, que brillaba tanto como sus zapatos.
Partió hacia la empresa con la radio apagada y con el silencio interrumpido sólo por el ronroneo del motor, y luego de subir varios pisos de aquel majestuoso edificio que se levantaba rodeado de otros tantos en medio del ‘Wall Street Center’, su secretaria lo recibió con la lista diaria de reuniones, horas que debería anotar y nombres y apellidos que olvidaría ni bien ella terminara de pronunciar…
—…y el señor Parton vendrá a las una por lo del proyecto de sociedad con el señor Dawson… —se atropelló por decir la mujer mientras Doug cruzaba las puertas dobles de su despacho, el mismo que le asignó su padre para su ausencia—. Además está confirmado el viaje a Japón que su padre dejó en sus manos, deberá entrevistarse con el señor Kamiguchi por lo de la fusión antes de la próxima semana…
—Ok, gracias, Berta. Avísame si surge alguna novedad.
—¿Señor? —vaciló Berta con un pie adelante y otro atrás, como si deseara echar a correr en cualquier momento—. La señorita Evans llamó y preguntó si estaría disponible a las doce, ¿qué le digo? —agregó la mujer regordeta haciendo que Doug se detuviera a medio camino a su escritorio.
—Dile que estaré ocupado, invéntale algo… no importa qué —ordenó él clavando la mirada en la pintura detrás de su mullido sillón. No es que le interesara mucho el arte ni entender por qué su padre había colgado la pintura de una cesta de fruta justo detrás de su cabeza…
—Como usted diga —musitó la mujer antes de desaparecer tras la pesada hoja de madera.
Doug no le prestó mucha atención a lo que sea que Berta le haya estado diciendo un minuto antes, después de todo le estaría recordando cada tanto. Pero logró captar lo del viaje a Japón.
—Otro viaje… genial —farfulló sarcásticamente tomando asiento frente a su escritorio de caoba inundado de papeles y carpetas, y apretándose el puente de la nariz entre sus dedos.
La mañana pasó entre reuniones y visitas con socios. Doug agradecía tener tanto trabajo, el constante ir y venir lo mantenía ocupado, a él y a su mente, así no tendría manera de pensar en asuntos que ni siquiera por segundos se permitía pensar, asuntos ajenos a su tarea.
Berta le anunció luego de su almuerzo de negocios, que su vuelo a Japón saldría al día siguiente a las seis de la mañana y que tenía reservada la mejor habitación en el hotel Hilton de Tokio. Doug recordó que bastaba con decir su apellido y las puertas se abrían milagrosamente.
Sin embargo, ninguna mueca de alegría se dibujó en su angelical rostro oscurecido por las ojeras.
Él era joven y no se sentía del todo cómodo en ese lugar, aunque los negocios parecían dársele de manera tan sencilla como si hubiera nacido para ello.
Había cumplido hacía poco sus veinticinco años y recordaba haber celebrado con una gran fiesta en los jardines de la mansión. Más que nada para darle el gusto a su madre de mostrar su nuevo vestido traído de Francia. La gente se peleaba por entrar y poder saludar al chico del cumpleaños…
Pero la fiesta estaba incompleta, la multitud de caras con falsas sonrisas y condenadamente hipócritas parecía tener un hueco en un rincón como si faltara alguien y la luz de un reflector iluminara el espacio vacío durante toda la noche.
‘Claro que faltaba alguien’, pensó Doug mientras se reclinaba en su silla de cuero negro y ahogaba un suspiro.
La puerta frente a él se abrió de repente y Douglas agradeció a quien fuera que hubiera interrumpido sus pensamientos prohibidos. Sólo antes de descubrir quien era la que se encontraba parada seductoramente en el marco de la puerta, con un vestido rojo ceñido a su cuerpo, remarcando sus curvas y con zapatos tan altos que la rubia mujer parecía medir dos metros.
—¿Cómo está eso de que mi Douglas está ocupado para mí? —preguntó irónicamente con su voz chillona.
—Hola, Crystal —saludó cansinamente Doug desde su lugar sin dirigirle una sola mirada.
La chica caminó meneando sus caderas exageradamente hasta sentarse en las piernas de Doug y darle un beso que él no sintió y al que tampoco respondió, Crystal no besaba como a él le gustaba…
—Hmm, ya veo que no estás de humor —concluyó Crystal después de intentar persuadir a Doug con aquel beso, abandonando el asiento sobre el regazo de Doug y sentándose al borde de la mesa.
—Honestamente, Crystal… no lo estoy —aceptó Doug poniéndose de pie y caminando hacia el ventanal que daba al paisaje de edificios grises y el pedazo de cielo.
—Volveré cuando lo estés —dijo ella ofendida.
—Agradecería que no volvieras —susurró Doug sin la intención de dañarla, ni que ella lo escuchara.
Aunque, ciertamente, le daba igual.
—Ah, es ella otra vez ¿verdad?
Doug no contestó, obviamente era ella.
—Tú sabías a lo que te exponías cuando decidiste autoproclamarte mi novia, Crys —le reprendió el rubio aún con la vista en las ventanas del edificio de enfrente y los brazos cruzados en su espalda.
Esta vez, fue Crystal la que no respondió y atinó a darse media vuelta y salir por la misma puerta por la que había entrado dejando a Doug en el peor estado posible después de meses de negación.
Para las una del mediodía, Doug ya no podía darse el lujo de hundirse en aquella maraña de recuerdos, ya que su agenda continuaba a pesar de que él no estuviera en condiciones. Compuso una sonrisa bastante creíble y salió al encuentro de Parton y Dawson.
Por la noche, regresó a casa. El nudo de su corbata ya había desaparecido para cuando estacionó en el garaje, su pelo estaba revuelto y los dos primeros botones de su camisa desprendidos. Estaba exhausto.
Cruzó el recibidor, y al pie de las escaleras se encontró con Puppy y Dreamer, los ovejeros alemán de la familia, ellos no reconocieron a su dueño. Y a Doug no le sorprendía, incluso admiraba al personal de limpieza que supiera quién era él cuando pasaba casi veinte horas fuera de casa.
Cenó solo, como siempre, cerrando su mente y limitándose a pensar en su cama y en él dormido sobre ella. Se dio un baño con las mejores sales de baño traídas del extranjero por su madre y después de preparar su maleta para el viaje de la mañana siguiente se abandonó al tibio abrazo de su lecho…
Pero cuando apoyó su cabeza en la almohada comprendió que nada de aquello era suyo ni le importaba. Se sintió fuera de lugar, fuera de tiempo, no era allí donde quería estar. Y le hubiera gustado poder volver al pasado, hacer un viaje y recordar sin tener que censurarse por ello, sin tener que sufrir o lamentarse, sin tener que recibir una reprimenda cada vez que se mostraba débil.
No le importaban las caras sedas que lo envolvían en sus sueños, ni que uno de sus trajes valiera lo mismo que su coche más barato por haber sido confeccionado por diseñadores italianos exactamente a su medida y con las  mejores telas, ni que lo admiraran falsamente en su trabajo y fuera de él, ni que pudiera ir a Plutón con la cantidad de millas que había acumulado con sus viajes al exterior, ni que lo esperaran en la puerta para preguntarle con qué manjar lo agasajarían esa noche.
No le importaba tenerlo todo y todavía más.
No le importaba nada cuando cerraba los ojos y su mente volvía a recrearle el momento en el que aquella muchacha humilde de grandes ojos castaños y pelo negro le decía que lo amaba, y que él, por su avaricia había perdido. Lo único valioso en el mundo y lo único por lo que cambiaría todo para verla volver.
A ella, a Vanessa, su nombre ardía dolorosamente incluso en sus sueños, en sus pesadillas. Ella era el amor de su vida, la mujer que le había enseñado a amar, la que se había llevado sus sonrisas reales y el brillo de sus ojos azules una tarde cuando se había cansado de aquel Douglas deseoso de dinero y preocupado más por alcanzar el cielo que por vivir en el suelo a su lado.
—Tú no eres el Douglas que amo —le había dicho clavándole sus ojos negros—, el Douglas que amo pondría nuestro amor por sobre todo.
—Pero, Nessie…
—¿Pero? —repitió con la voz más  aguda—. El Doug que amo lucharía por esto… —le dijo ella ahora con los ojos llenos de lágrimas. Él intentó secarlas con sus dedos, con sus labios, pero ella no se lo había permitido —. El Doug del que me enamoré no se dejaba llevar por las clases sociales.
Doug había sentido como progresivamente un nudo se le formaba en la garganta, impidiéndole respirar y todavía más hablar. Se odiaba por ello.
—Eso es todo, señor Brunner —musitó Vanessa con formalidad soltándose de las manos de Doug. Hizo una reverencia hacia él y susurró al tiempo que una lágrima caía por su mejilla—: Adiós.
Vanessa lo había dejado de pie, clavado al suelo, con los ojos secos, la garganta dolorida, el pecho vacío, el rostro inexpresivo y la mente nublada… y él la observó desaparecer al doblar la esquina.
Doug derramó una lágrima entre sueños que terminó esfumándose en la tela de su almohada.
Se sentía aún peor cada vez que su cabeza le jugaba una mala pasada y le recordaba aquello. Se odiaba a sí mismo, pues él sabía que Vanessa tenía razón.
Él había puesto su profesión por sobre todo lo demás, había dejado de lado las suaves mieles del amor que compartía con ‘su Nessie’, se había quedado encandilado por el falso y volátil dulzor del dinero. Ese mismo que ahora le hacía sentirse miserable aún teniéndolo todo… y para peor, estaba seguro de que jamás la recuperaría y mucho menos olvidaría… aunque se mudara a Japón, lejos de todo lo que la recordara.
Porque ella no estaba y aunque lo tuviera todo… tenía una asignatura pendiente: el amor, el mismo que sólo habitaba al lado de Vanessa.
Pero si Doug se hubiera despertado y asomado a su ventana habría visto la figura de una joven morena desapareciendo en la lejanía, a través de las verjas de hierro retorcido que bordeaba la mansión de los Brunner, con los ojos vidriosos y un nudo en la garganta con un grito pugnando por salir, un grito que diría: ¡Aún te amo!

***
Hello! Primera entrada de febrero. ¡Uf! Siento que este mes va a ser pesado, no quería que llegara. Aunque realmente sentí que Enero pasó lentamente, cosa que me encantó. 
En fin, este relato lo escribí con exactitud el 23 de marzo de 2009, casi dos años. Curioso. 

Hoy creo que vy a dormir temprano, si se puede decir. 
> See you later

  • Listening: "Feeling good" by Michael Bublé

1 comentario:

  1. Me parece haberlo leído antes, estoy casi, casi segura :)
    Hermoso, realmente algunas veces nos quedan muchas cosas pendientes y solemos pasar por alto lo importante :/

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